El niño soldado más joven de la I Guerra Mundial: volvió del frente por orden de su madre
Sidney Lewis se alistó con 12 años y combatió en la batalla del Somme con 13. Su verdadero certificado de nacimiento le mandó a casa.
En la cuarta página del Daily Mirrordel lunes 18 de septiembre de 1916, entre anuncios de sombreros y abrigos para mujeres, apareció una fotografía de un joven soldado, un niño fortachón, sentado sobre un pequeño taburete de madera y vestido de militar, con gorra, chaqueta, bermudas y botas altas. La imagen iba acompañada de un llamativo titular: "Se alistó con 12 años". En el pie de foto tan solo se recogía la inicial del nombre del imberbe soldado, que a la postre sería recordado como el británico más joven en combatir en la I Guerra Mundial.
Se llamaba Sidney Lewis y en el mes de agosto de 1915, durante las vacaciones escolares de ese verano, decidió enrolarse en el ejército de su país. Según la versión de sus familiares, huyó de casa para iniciar un entrenamiento de más de seis meses en Kingston, un área del suroeste de Londres, con el regimiento East Surrey. En junio de 1916, ya cumplidos los 13 años, Lewis fue destinado al frente occidental. Desde las trincheras, desde la primera línea de fuego, presenciaría todos los horrores de la batalla del Somme, que solo el primer día se cobró la vida de 20.000 británicos.
Al menos estuvo el joven Lewis seis semanas formando parte de la ofensiva aliada en la región francesa de Picardía, hasta que el 18 de agosto su madre Fanny escribió una carta a la Oficina de Guerra a la que adjuntó el certificado de nacimiento de su hijo: el 24 de marzo de 1903. Sidney no tenía la edad mínima para empuñar un fusil. Su argucia había sido descubierta; así se recogía en la respuesta firmada unos días más tarde, el 23, por el director de reclutamiento: "Las instrucciones han sido transmitidas para que su hijo sea retirado de la línea de fuego y enviado a casa".
Al día siguiente, otra misiva enviada en esta ocasión desde el Cuerpo de Ametralladoras, en cuya 106ª compañía había combatido Lewis, aseguraba que "se han tomado medidas y el muchacho será dado de baja a la mayor velocidad posible". Según Richard van Emden, autor de Boy Soldiers of the Great War, cuando se descubrió su verdadera identidad, Lewis fue encerrado tres meses hasta que las autoridades decidieron utilizar su aventura como una historia de coraje y heroicidad. Incluso le concedieron la Medalla de la Victoria y la Medalla de la Guerra de Gran Bretaña.
Más escarceos con la guerra
Sideny Lewis murió en 1969 pero el descubrimiento de su temeraria hazaña es bastante reciente. Su único hijo, Colin, descubrió los documentos de la Oficina de Guerra gracias a un familiar; también la página amarillenta del Daily Mail que se hacía eco de la peripecia de su padre, con una foto tomada supuestamente en Grantham, Linconlnshire (Inglaterra), antes de ser dado de baja del ejército británico. "Me contó que había combatido en la batalla del Somme, pero pensé que me estaba mintiendo porque era muy joven", dijo Colin en 2013 cuando el Museo Imperial de la Guerra de Londres reconoció a Sidney como el soldado británico más joven en participar en la contienda.
Un soldado británico de la Compañía A en una trinchera capturada a los alemanes durante la batalla del Somme.IWM
Pero la relación del imberbe recluta con la Gran Guerra no finalizaría con la forzada vuelta a casa. A finales de 1918, después de la firma del armisticio el 11 de noviembre, se volvió a alistar y sirvió en Austria en las filas del ejército de ocupación. Luego trabajaría como sargento en el cuerpo de Policía de Surrey —incluso una vez llegó a encarcelar a su sobrino de nueve años por comportarse inadecuadamente durante un visita familiar, según The Times— y desactivó bombas durante la II Guerra Mundial. Con los nazis ya derrotados, se convirtió en el propietario de un pub en Frant, East Sussex, y posteriormente se retiró a vivir en la tranquilidad de la costa.
Miles de niños menores de edad fueron reclutados durante la I Guerra Mundial bien para ser enviados al frente y formar parte de las ofensivas que trataban de alterar el inamovible tablero de las trincheras o bien otro tipo de actividades de soporte. Y eso que en teoría ninguno de ellos podía ser enviado al extranjero hasta que no cumpliese los 19 años. ¿Pero qué fue lo que les empujó a formar parte del ejército? Responde Richard van Emden: "Algunos fueron atraídos por el espíritu de aventura, otros pensaron que no podía ser peor que el trabajo en la fábrica. Algunos padres se alegraban de tener una boca menos que alimentar y explicaron a sus hijos cómo inflar sus pechos para cumplir con los estándares de reclutamiento". Sidney Lewis fue el más joven, el más insensato y el más valiente de todos.
Si Dios existiese no permitiría que seres humanos fuesen arrojados vivos a hornos crematorios, que las cabezas de los niños fuesen destrozadas a culatazos o se les encerrase en sacos para ser gaseado hasta la muerte". Lo escribió Rutka Laskier, una judía polaca de 14 años, el 5 de febrero de 1943, pocos meses antes de morir en el infierno del campo de exterminio de Auschwitz, en un diario que escondió antes de ser deportada y que ha tardado 63 años en salir casi milagrosamente a la luz.
Rutka empezó a redactar el cuaderno el 19 de enero de 1943, con su país ocupado por los alemanes y éstos poniendo en práctica lo que Hitler y sus secuaces llamaban "solución final del problema judío", y que la historia ha acuñado con el nombre de Holocausto. La chica vivía con sus padres y su hermano menor, Henius, en condiciones más que precarias, en una sola habitación de un piso del gueto de Bedzin, al sur del país. Y como refleja su diario, que recuerda el ya mítico de Ana Frank, era perfectamente consciente de lo que estaba pasando en Europa y del destino horrendo al que se enfrentaba.
"El cerco en torno a nosotros se hace cada día más estrecho", escribe el 5 de febrero. Pero la barbarie aún había de brindar a Rutka tres meses preciosos, antes de su viaje al matadero de Auschwitz, para llenar unas 60 páginas manuscritas en un sencillo cuaderno. Su contenido es un singular relato en el que esta adolescente entrelazó el miedo y las atrocidades en los que estaba inmersa y la pujanza de una adolescente que apenas se asomaba entonces a los secretos de la vida.
"Hoy he visto a un soldado alemán arrancar a un bebé de las manos de su madre y partirle la cabeza a golpes contra un poste de la electricidad. La madre enloqueció. Yo estoy aterrorizada cuando veo uniformes. Me estoy convirtiendo en un animal a la espera de la muerte". Ése es el mundo que rodeaba a Rutka un día cualquiera -el día 6 de febrero de 1943- en la rutina del gueto.
Y, sin embargo, tan sólo unos días después, la adolescente tiene ya otras cosas muy diferentes en la cabeza: "He decidido dejar que Janek me bese. Al final, alguien tendrá que darme el primer beso. Entonces, que sea Janek. Me gusta".
Aparecen el amor y la sensualidad, junto a las dudas que a menudo los acompañan; pero todo se interrumpe el 24 de abril, cuando Rutka apunta su última nota poco antes de que la familia Laskier sea deportada, primero a otro gueto y luego a Auschwitz, que ha pasado a la historia como máximo exponente del horror nazi. Rutka morirá allí. Acabada la guerra, los historiadores establecieron que tan sólo en ese campo de exterminio fueron asesinados más de un millón de judíos y decenas de miles de gitanos y de opositores políticos polacos y soviéticos.
Antes de ser deportada, sin embargo, la joven Rutka -que nació probablemente en la ciudad de Gdansk, aunque hay alguna duda al respecto- tiene la voluntad, la lucidez y la habilidad para ocultar el cuaderno en un escondrijo. Lo hizo bajo las escaleras de la casa de la calle Kasernerstrasse, número 13, por indicación de Stanislawa Sapinska, una amiga, cristiana, unos 10 años mayor que ella.
"Yo vivía con mi familia en esa casa antes de que los nazis llegaran a Bedzin", rememora ahora Sapinska, que tiene hoy 89 años, desde esta ciudad polaca. "Cuando nuestra zona fue convertida en gueto, los vecinos no judíos fuimos trasladados a otro barrio. Sin embargo, como yo trabajaba cerca de la vivienda familiar, mi padre me pedía a menudo que me acercara a ver en qué condiciones se encontraba. Así terminé trabando amistad con Rutka".
Sapinska aprovecha a veces la pausa de la comida para ir a ver a su nueva amiga. Se sientan en un banco cerca de la casa y charlan. "Era una chica agradable y sensata, y más madura de lo que su edad podía hacer pensar", recuerda. "Nuestra amistad no fue muy larga, pero se hizo enseguida estrecha, quizá por la dureza de los acontecimientos que nos rodeaban. Llegué a sentir hacia ella el cariño de una hermana mayor".
Entre tanto, la máquina de exterminio nazi se acerca, y Rutka lo sabe. "Pese a su juventud, estaba siempre mejor informada que yo", cuenta Sapinska. Tanto que, todavía hoy, sospecha que estaba en contacto con alguna organización de la resistencia.
El alto grado de conocimiento que tenía Rutka sobre lo que ocurría en Auschwitz resulta bastante insólito, ya que, por aquella época, lo ignoraban la mayoría de los judíos. Eso, sin embargo, no suscita dudas en Yad Vashem, el centro israelí dedicado a mantener viva la memoria del Holocausto que, con la publicación del diario, avala la autenticidad del mismo.
Dadas las circunstancias que la rodean, no tarda en llegar el momento en el que la adolescente empieza a perder la esperanza. "Siento que ésta es la última vez que escribo. Hay una aktion [redada] en la ciudad. No puedo salir y estoy enloqueciendo, presa en casa. Esto es un tormento, es el infierno. Intento huir de estos pensamientos, pero me persiguen como moscas fastidiosas. Si sólo pudiese decir se acabó. Sólo se muere una vez..., pero no puedo porque, pese a todas estas atrocidades, quiero vivir, y espero el día siguiente. Eso significa esperar Auschwitz". Es el 20 de febrero.
Rutka se equivoca. Aún tendrá tiempo de escribir más, de dudar de su amor por Janek, de arrepentirse de haberle tratado mal en alguna ocasión, de sentirse agotada por el miedo que lee en las caras. Ante semejante escenario, Rutka decide confiar a su amiga la existencia de su diario y le expresa su deseo de que el cuaderno no se pierda pase lo que pase.
"Como yo conocía la casa, le indiqué un escondrijo que podría utilizar en el caso de que surgieran problemas", explica Sapinska. "Acordamos que, si le pasaba algo, yo me acercaría después de la guerra para recuperar el diario".
Así lo hizo.
Terminada la guerra, Sapinska volvió a la casa de la Kasernerstrasse, número 13. Encontró el inmueble en muy malas condiciones. Fue hasta el lugar pactado. Y allí estaba, prácticamente íntegro, el cuaderno de Rutka. Sólo unas páginas habían sido arrancadas. Posiblemente la propia chica decidió en el último momento que había algunas cosas que no quería que llegaran a saberse. Quizá algo muy intimo.
"Me conmoví al encontrarlo y leerlo", recuerda Sapinska. Guarda el cuaderno en una estantería de su casa..., y allí se queda durmiendo más de 60 años. De vez en cuando lo coge, lee unas páginas, recuerda a su amiga y al destino trágico que sufrió. "Pero nunca se me ocurrió publicarlo". Lo guardó simplemente como un tesoro privado, hasta que la curiosidad de un sobrino interesado en la atormentada historia de Polonia durante la II Guerra Mundial vino a cambiar las cosas.
Sapinska tiene en su librería una buena respuesta para muchas de las preguntas del sobrino: el diario de Rutka. Nada más abrirlo, el sobrino se da cuenta del excepcional valor del documento, convence a Stanislawa de la necesidad de publicarlo y contacta con Adam Szydlowski, un funcionario del Ayuntamiento de Bedzin que lleva el centro de cultura judía de la localidad. "Cuando leí el cuaderno me quedé impresionado", señalaba el miércoles Szydlowski desde Krynica, una localidad turística del sur de Polonia, donde se encuentra de vacaciones. Se da cuenta de que, pese a tener sólo 14 años, la autora del diario posee una extraordinaria agudeza visual y un notable sentido del ritmo narrativo. El texto, espontáneo, inspira ternura, angustia y emoción.
Szydlowski se lanza entonces tras la pista de Rutka; intenta reconstruir su historia, localizar a sus familiares y amigos. Poco a poco logra todos sus objetivos. "Contacté con amigos que tengo en Israel y me puse a la caza. Localicé a una amiga de Rutka, Linka Gold, que actualmente vive en Londres y que pudo salvarse de Auschwitz gracias a unos pasaportes paraguayos falsos que algunas familias judías de Bedzin lograron obtener".
Tirando del hilo, con la ayuda de Menachem Lior, que conoció a Rutka en Bedzin, Szydlowski descubre que el padre de la chica, Yaacov Laskier, logró sobrevivir al terrible campo de exterminio. Sin embargo, su madre y su hermano fueron asesinados poco después de ser conducidos a Auschwitz.
Acabada la guerra, Yaacov reconstruye su vida en Israel, vuelve a casarse y tiene otra hija, Zahava, a la que no cuenta nada de su pasado hasta que, con 14 años, la chica encuentra una foto en un álbum de familia. En ella aparecen Rutka y Henius. El parecido de Zahava con la chica de la foto es escalofriante, así que pregunta, y Yaacov responde. Así conoce por fin la trágica historia de su hermanastra Rutka. Pero todavía no sabe nada del diario. Zahava tardará aún muchos años en enterarse de su existencia. Hasta que Szydlowski y Lior consiguen dar con ella.
El empeño de todos ellos ha hecho posible que el diario de Rutka, tras un proceso de comprobación sobre su autenticidad, haya sido publicado. Pronto lo será también en castellano.
"Estoy muy contenta de haberlo hecho posible", dice Sapinska. "Así, esta historia de la que puede aprenderse tanto no desaparecerá conmigo