El niño soldado más joven de la I Guerra Mundial: volvió del frente por orden de su madre
Sidney Lewis se alistó con 12 años y combatió en la batalla del Somme con 13. Su verdadero certificado de nacimiento le mandó a casa.
En la cuarta página del Daily Mirrordel lunes 18 de septiembre de 1916, entre anuncios de sombreros y abrigos para mujeres, apareció una fotografía de un joven soldado, un niño fortachón, sentado sobre un pequeño taburete de madera y vestido de militar, con gorra, chaqueta, bermudas y botas altas. La imagen iba acompañada de un llamativo titular: "Se alistó con 12 años". En el pie de foto tan solo se recogía la inicial del nombre del imberbe soldado, que a la postre sería recordado como el británico más joven en combatir en la I Guerra Mundial.
Se llamaba Sidney Lewis y en el mes de agosto de 1915, durante las vacaciones escolares de ese verano, decidió enrolarse en el ejército de su país. Según la versión de sus familiares, huyó de casa para iniciar un entrenamiento de más de seis meses en Kingston, un área del suroeste de Londres, con el regimiento East Surrey. En junio de 1916, ya cumplidos los 13 años, Lewis fue destinado al frente occidental. Desde las trincheras, desde la primera línea de fuego, presenciaría todos los horrores de la batalla del Somme, que solo el primer día se cobró la vida de 20.000 británicos.
Al menos estuvo el joven Lewis seis semanas formando parte de la ofensiva aliada en la región francesa de Picardía, hasta que el 18 de agosto su madre Fanny escribió una carta a la Oficina de Guerra a la que adjuntó el certificado de nacimiento de su hijo: el 24 de marzo de 1903. Sidney no tenía la edad mínima para empuñar un fusil. Su argucia había sido descubierta; así se recogía en la respuesta firmada unos días más tarde, el 23, por el director de reclutamiento: "Las instrucciones han sido transmitidas para que su hijo sea retirado de la línea de fuego y enviado a casa".
Al día siguiente, otra misiva enviada en esta ocasión desde el Cuerpo de Ametralladoras, en cuya 106ª compañía había combatido Lewis, aseguraba que "se han tomado medidas y el muchacho será dado de baja a la mayor velocidad posible". Según Richard van Emden, autor de Boy Soldiers of the Great War, cuando se descubrió su verdadera identidad, Lewis fue encerrado tres meses hasta que las autoridades decidieron utilizar su aventura como una historia de coraje y heroicidad. Incluso le concedieron la Medalla de la Victoria y la Medalla de la Guerra de Gran Bretaña.
Más escarceos con la guerra
Sideny Lewis murió en 1969 pero el descubrimiento de su temeraria hazaña es bastante reciente. Su único hijo, Colin, descubrió los documentos de la Oficina de Guerra gracias a un familiar; también la página amarillenta del Daily Mail que se hacía eco de la peripecia de su padre, con una foto tomada supuestamente en Grantham, Linconlnshire (Inglaterra), antes de ser dado de baja del ejército británico. "Me contó que había combatido en la batalla del Somme, pero pensé que me estaba mintiendo porque era muy joven", dijo Colin en 2013 cuando el Museo Imperial de la Guerra de Londres reconoció a Sidney como el soldado británico más joven en participar en la contienda.
Un soldado británico de la Compañía A en una trinchera capturada a los alemanes durante la batalla del Somme.IWM
Pero la relación del imberbe recluta con la Gran Guerra no finalizaría con la forzada vuelta a casa. A finales de 1918, después de la firma del armisticio el 11 de noviembre, se volvió a alistar y sirvió en Austria en las filas del ejército de ocupación. Luego trabajaría como sargento en el cuerpo de Policía de Surrey —incluso una vez llegó a encarcelar a su sobrino de nueve años por comportarse inadecuadamente durante un visita familiar, según The Times— y desactivó bombas durante la II Guerra Mundial. Con los nazis ya derrotados, se convirtió en el propietario de un pub en Frant, East Sussex, y posteriormente se retiró a vivir en la tranquilidad de la costa.
Miles de niños menores de edad fueron reclutados durante la I Guerra Mundial bien para ser enviados al frente y formar parte de las ofensivas que trataban de alterar el inamovible tablero de las trincheras o bien otro tipo de actividades de soporte. Y eso que en teoría ninguno de ellos podía ser enviado al extranjero hasta que no cumpliese los 19 años. ¿Pero qué fue lo que les empujó a formar parte del ejército? Responde Richard van Emden: "Algunos fueron atraídos por el espíritu de aventura, otros pensaron que no podía ser peor que el trabajo en la fábrica. Algunos padres se alegraban de tener una boca menos que alimentar y explicaron a sus hijos cómo inflar sus pechos para cumplir con los estándares de reclutamiento". Sidney Lewis fue el más joven, el más insensato y el más valiente de todos.
Si Dios existiese no permitiría que seres humanos fuesen arrojados vivos a hornos crematorios, que las cabezas de los niños fuesen destrozadas a culatazos o se les encerrase en sacos para ser gaseado hasta la muerte". Lo escribió Rutka Laskier, una judía polaca de 14 años, el 5 de febrero de 1943, pocos meses antes de morir en el infierno del campo de exterminio de Auschwitz, en un diario que escondió antes de ser deportada y que ha tardado 63 años en salir casi milagrosamente a la luz.
Rutka empezó a redactar el cuaderno el 19 de enero de 1943, con su país ocupado por los alemanes y éstos poniendo en práctica lo que Hitler y sus secuaces llamaban "solución final del problema judío", y que la historia ha acuñado con el nombre de Holocausto. La chica vivía con sus padres y su hermano menor, Henius, en condiciones más que precarias, en una sola habitación de un piso del gueto de Bedzin, al sur del país. Y como refleja su diario, que recuerda el ya mítico de Ana Frank, era perfectamente consciente de lo que estaba pasando en Europa y del destino horrendo al que se enfrentaba.
"El cerco en torno a nosotros se hace cada día más estrecho", escribe el 5 de febrero. Pero la barbarie aún había de brindar a Rutka tres meses preciosos, antes de su viaje al matadero de Auschwitz, para llenar unas 60 páginas manuscritas en un sencillo cuaderno. Su contenido es un singular relato en el que esta adolescente entrelazó el miedo y las atrocidades en los que estaba inmersa y la pujanza de una adolescente que apenas se asomaba entonces a los secretos de la vida.
"Hoy he visto a un soldado alemán arrancar a un bebé de las manos de su madre y partirle la cabeza a golpes contra un poste de la electricidad. La madre enloqueció. Yo estoy aterrorizada cuando veo uniformes. Me estoy convirtiendo en un animal a la espera de la muerte". Ése es el mundo que rodeaba a Rutka un día cualquiera -el día 6 de febrero de 1943- en la rutina del gueto.
Y, sin embargo, tan sólo unos días después, la adolescente tiene ya otras cosas muy diferentes en la cabeza: "He decidido dejar que Janek me bese. Al final, alguien tendrá que darme el primer beso. Entonces, que sea Janek. Me gusta".
Aparecen el amor y la sensualidad, junto a las dudas que a menudo los acompañan; pero todo se interrumpe el 24 de abril, cuando Rutka apunta su última nota poco antes de que la familia Laskier sea deportada, primero a otro gueto y luego a Auschwitz, que ha pasado a la historia como máximo exponente del horror nazi. Rutka morirá allí. Acabada la guerra, los historiadores establecieron que tan sólo en ese campo de exterminio fueron asesinados más de un millón de judíos y decenas de miles de gitanos y de opositores políticos polacos y soviéticos.
Antes de ser deportada, sin embargo, la joven Rutka -que nació probablemente en la ciudad de Gdansk, aunque hay alguna duda al respecto- tiene la voluntad, la lucidez y la habilidad para ocultar el cuaderno en un escondrijo. Lo hizo bajo las escaleras de la casa de la calle Kasernerstrasse, número 13, por indicación de Stanislawa Sapinska, una amiga, cristiana, unos 10 años mayor que ella.
"Yo vivía con mi familia en esa casa antes de que los nazis llegaran a Bedzin", rememora ahora Sapinska, que tiene hoy 89 años, desde esta ciudad polaca. "Cuando nuestra zona fue convertida en gueto, los vecinos no judíos fuimos trasladados a otro barrio. Sin embargo, como yo trabajaba cerca de la vivienda familiar, mi padre me pedía a menudo que me acercara a ver en qué condiciones se encontraba. Así terminé trabando amistad con Rutka".
Sapinska aprovecha a veces la pausa de la comida para ir a ver a su nueva amiga. Se sientan en un banco cerca de la casa y charlan. "Era una chica agradable y sensata, y más madura de lo que su edad podía hacer pensar", recuerda. "Nuestra amistad no fue muy larga, pero se hizo enseguida estrecha, quizá por la dureza de los acontecimientos que nos rodeaban. Llegué a sentir hacia ella el cariño de una hermana mayor".
Entre tanto, la máquina de exterminio nazi se acerca, y Rutka lo sabe. "Pese a su juventud, estaba siempre mejor informada que yo", cuenta Sapinska. Tanto que, todavía hoy, sospecha que estaba en contacto con alguna organización de la resistencia.
El alto grado de conocimiento que tenía Rutka sobre lo que ocurría en Auschwitz resulta bastante insólito, ya que, por aquella época, lo ignoraban la mayoría de los judíos. Eso, sin embargo, no suscita dudas en Yad Vashem, el centro israelí dedicado a mantener viva la memoria del Holocausto que, con la publicación del diario, avala la autenticidad del mismo.
Dadas las circunstancias que la rodean, no tarda en llegar el momento en el que la adolescente empieza a perder la esperanza. "Siento que ésta es la última vez que escribo. Hay una aktion [redada] en la ciudad. No puedo salir y estoy enloqueciendo, presa en casa. Esto es un tormento, es el infierno. Intento huir de estos pensamientos, pero me persiguen como moscas fastidiosas. Si sólo pudiese decir se acabó. Sólo se muere una vez..., pero no puedo porque, pese a todas estas atrocidades, quiero vivir, y espero el día siguiente. Eso significa esperar Auschwitz". Es el 20 de febrero.
Rutka se equivoca. Aún tendrá tiempo de escribir más, de dudar de su amor por Janek, de arrepentirse de haberle tratado mal en alguna ocasión, de sentirse agotada por el miedo que lee en las caras. Ante semejante escenario, Rutka decide confiar a su amiga la existencia de su diario y le expresa su deseo de que el cuaderno no se pierda pase lo que pase.
"Como yo conocía la casa, le indiqué un escondrijo que podría utilizar en el caso de que surgieran problemas", explica Sapinska. "Acordamos que, si le pasaba algo, yo me acercaría después de la guerra para recuperar el diario".
Así lo hizo.
Terminada la guerra, Sapinska volvió a la casa de la Kasernerstrasse, número 13. Encontró el inmueble en muy malas condiciones. Fue hasta el lugar pactado. Y allí estaba, prácticamente íntegro, el cuaderno de Rutka. Sólo unas páginas habían sido arrancadas. Posiblemente la propia chica decidió en el último momento que había algunas cosas que no quería que llegaran a saberse. Quizá algo muy intimo.
"Me conmoví al encontrarlo y leerlo", recuerda Sapinska. Guarda el cuaderno en una estantería de su casa..., y allí se queda durmiendo más de 60 años. De vez en cuando lo coge, lee unas páginas, recuerda a su amiga y al destino trágico que sufrió. "Pero nunca se me ocurrió publicarlo". Lo guardó simplemente como un tesoro privado, hasta que la curiosidad de un sobrino interesado en la atormentada historia de Polonia durante la II Guerra Mundial vino a cambiar las cosas.
Sapinska tiene en su librería una buena respuesta para muchas de las preguntas del sobrino: el diario de Rutka. Nada más abrirlo, el sobrino se da cuenta del excepcional valor del documento, convence a Stanislawa de la necesidad de publicarlo y contacta con Adam Szydlowski, un funcionario del Ayuntamiento de Bedzin que lleva el centro de cultura judía de la localidad. "Cuando leí el cuaderno me quedé impresionado", señalaba el miércoles Szydlowski desde Krynica, una localidad turística del sur de Polonia, donde se encuentra de vacaciones. Se da cuenta de que, pese a tener sólo 14 años, la autora del diario posee una extraordinaria agudeza visual y un notable sentido del ritmo narrativo. El texto, espontáneo, inspira ternura, angustia y emoción.
Szydlowski se lanza entonces tras la pista de Rutka; intenta reconstruir su historia, localizar a sus familiares y amigos. Poco a poco logra todos sus objetivos. "Contacté con amigos que tengo en Israel y me puse a la caza. Localicé a una amiga de Rutka, Linka Gold, que actualmente vive en Londres y que pudo salvarse de Auschwitz gracias a unos pasaportes paraguayos falsos que algunas familias judías de Bedzin lograron obtener".
Tirando del hilo, con la ayuda de Menachem Lior, que conoció a Rutka en Bedzin, Szydlowski descubre que el padre de la chica, Yaacov Laskier, logró sobrevivir al terrible campo de exterminio. Sin embargo, su madre y su hermano fueron asesinados poco después de ser conducidos a Auschwitz.
Acabada la guerra, Yaacov reconstruye su vida en Israel, vuelve a casarse y tiene otra hija, Zahava, a la que no cuenta nada de su pasado hasta que, con 14 años, la chica encuentra una foto en un álbum de familia. En ella aparecen Rutka y Henius. El parecido de Zahava con la chica de la foto es escalofriante, así que pregunta, y Yaacov responde. Así conoce por fin la trágica historia de su hermanastra Rutka. Pero todavía no sabe nada del diario. Zahava tardará aún muchos años en enterarse de su existencia. Hasta que Szydlowski y Lior consiguen dar con ella.
El empeño de todos ellos ha hecho posible que el diario de Rutka, tras un proceso de comprobación sobre su autenticidad, haya sido publicado. Pronto lo será también en castellano.
"Estoy muy contenta de haberlo hecho posible", dice Sapinska. "Así, esta historia de la que puede aprenderse tanto no desaparecerá conmigo
La pavorosa historia de Albert Fish, violador de niños y caníbal
Las cartas en las que describió sus secuestros, asesinatos y menúes humanos son de un sadismo que supera cualquier ficción
Hamilton Howard Albert Fish tenía 33 años –la mitad de los que viviría–, cuando una cámara fotográfica capturó su primera imagen: un atildado caballero de bien cortado bigote, buena ropa y bombín a la moda coronando su cabeza. Primera imagen y primera detención. Cargo: malversación de fondos.
Apenas una tenue sombra, un pecado venial preludio de su aterradora historia y de los bautismos de la prensa: El Hombre de Gris, El Hombre Lobo de Wysteria, El Vampiro de Brooklyn, El Maníaco de la Luna…
Llegó a este mundo el 19 de mayo de 1870 en Washington D.C. Eligió llamarse"Albert"después de la muerte de uno de sus tres hermanos, pero también para aventar el sobrenombre que le endilgaron en el orfanato donde pasó varios años de su infancia desde apenas sus cinco recién cumplidos: "Ham and Eggs" (huevos con jamón).
Nació con estigma: muchos de los Fish sufrieron enfermedades mentales y arrebatos místicos. Su padre, el viejo Fish, capitán de barco fluvial, murió de infarto en 1875, y su madre, casi medio siglo menor que el marido y sin un dólar, no tuvo otra opción que el orfanato: un destino de paredes grises, castigos, burlas, oprobio, pero también de un siniestro descubrimiento: Albert sentía placer ante el dolor físico, y los golpes le provocaban prematuros orgasmos.
Recién en 1879 su madre consiguió un empleo en el gobierno y pudo sacarlo del orfanato. Pero ya estaba marcado a fuego. A los 12 años empezó una relación homosexual con el hijo de un telegrafista algo mayor, y comenzó a esconderse en los baños y las piscinas públicas "porque me excitaban sus olores y sonidos", relataría en algunas cartas.
Pero fue aun más allá: se tornó adicto a la urofagia y a la coprofagia –ingestión de orina y excremento–, y a sus 20 años, radicado en Nueva York, se convirtió en prostituto y obsesivo violador de adolescentes.
Su madre imaginó que un matrimonio lo alejaría de ese repulsivo mundo, y en 1898 lo impulsó a casarse con un mujer nueve años menor. El arreglo pareció funcionar y enmendar los desvíos de Albert. Tuvieron seis hijos: Albert, Anna, Gertrude, Eugene, John y Henry.
"En esos años fue un buen padre y esposo", recordó un detective que debió seguir sus pasos casi hasta la degradación y el derrumbe finales, y que en 1903 lo arrestó por malversación de fondos: delito que purgó en la prisión de Sing Sing, Ossining, estado de Nueva York, y temible no sólo por su durísimo régimen interno: también por ser la primera del país en instalar la silla eléctrica.
Resulta ocioso aclarar que las relaciones sexuales entre Albert y los presos fueron legendarias.
Sin embargo, su período marital y paterno, más allá de su escenario de normalidad, no fue más que un telón de fondo paralelo.
Bajo la apariencia de un inocente pintor de brocha gorda en casas particulares… ¡violó a no menos de un centenar de niños, varones, que no superaban los 6 años de edad!
Y por si poco fuera, multiplicó sus visitas a burdeles, exigiéndoles a las prostitutas que lo azotaran sin piedad, hasta sangrarlo, al mismo tiempo que encontró fascinante la castración, y hasta la intentó en un retardado mental que logró huir a tiempo.
Hacia 1917, bordeando ya sus 47 años, su mujer lo abandonó por otro hombre, y Albert agregó al espanto de su vida otros datos de locura: juraba oír voces: entre ellas, las del apóstol Juan, que le ordenaba envolverse en una alfombra… se ignora con qué fin.
Pero cuanto hasta entonces había ocurrido apenas soslayaba el infierno. A sus 60 años atacó a un débil mental –Thomas Bedden– en Delaware, y mató a puñaladas a un niño negro, también retrasado mental, en Georgetown. Dos primeros pasos.Obertura de una ópera sangrienta, trágica, apenas imaginable aun por los más endurecidos policías de una novela de Raymond Chandler.
Espíritus impresionables, detener la lectura…
Porque en noviembre de 1934, una carta anónima enviada a los padres de Grace Budd, una niña desaparecida, decía: "Estimada señora Budd. En 1894 había hambruna en China. La carne de cualquier tipo costada entre uno y tres dólares por libra. Tan grande era el sufrimiento entre los pobres, que todos los niños menores de doce años eran vendidos como alimentos. Usted podía entrar a cualquier tienda y pedir un corte en filete o carne de estofado. El trasero de un chico o chica es la parte más dulce del cuerpo era vendida como chuleta de ternera a muy alto precio. Mi amigo el capitán John Davis, asistente en el barco Tacoma, regresó a Nueva York, robó a dos chicos de siete y once años, los llevó a su casa, los desnudó, los encerró en un armario, y los azotó varias veces por día para que su carne fuera más tierna. Primero mató al chico porque tenía el trasero más gordo. Cada parte de su cuerpo fue cocinada y comida excepto la cabeza, huesos e intestinos. El chico pequeño fue el siguiente. En aquel tiempo yo vivía en la calle 409 E 100 cercana a la derecha. Él me decía cuán buena era la carne humana, y decidí probarla (…) El domingo 3 de junio de 1928 hice lo mismo con su hija Grace. Le llevé un pote de queso y fresas. Almorzamos. Me besó. Con el pretexto de llevarla a una fiesta, la encerré en una casa vacía, en Westescher. Cuando me vio completamente desnudo comenzó a llorar y corrió escaleras abajo. La atrapé, la estrangulé, la corté en pequeños trozos, los cociné y los comí.¡Cuán dulce y tierno fue su trasero al horno! Me llevó nueve días comer su cuerpo entero. No la follé, aunque pude haberlo hecho. Murió virgen".
Capturado el monstruo, y ante la desaparición de otros niños, Albert le escribió a su abogado una larga carta similar detallando el crimen de niño Billy Gaffney, de cuatro años. Según ese espeluznante texto, el ritual fue igual o peor: azotes, mutilaciones de orejas y nariz, extracción de los ojos, descuartizamiento, y canibalismo narrado hasta los límites más extremos de la barbarie.
Preso y enjuiciado en White Plains, Nueva York, ante el juez Frederick Close, y luego de diez días de batalla entre fiscalía y defensa, el jurado lo encontró cuerdo y culpable.
Sentencia: pena de muerte. Entró a Sing Sing en marzo de 1935. Lo sentaron en la silla eléctrica el 16 de enero de 1936. A las once y seis minutos de la noche fue declarado muerto.
Cuando la Old Sparky –la vieja chisporroteadora–, como llaman en la jerga a la silla eléctrica, apagó sus últimas chispas, muchos hombres y mujeres durmieron más tranquilos esa noche. Pero el espanto tatuado en sus almas jamás se borró. Y tampoco sus preguntas: ¿cuántos Albert Fish, cuántos demonios, cuántos asesinos, cuántos violadores, cuántos caníbales les faltaría padecer y enfrentar en sus vidas?
Cuando el 1 de abril-mayo de 1990 un policía se detuvo para investigar un camión que estaba estacionado en la Interestatal 10 de la ciudad de Casa Grande, Ari7zona, jamás pensó que lo que iba a encontrar en su interior era lo más parecido a una casa de los horrores. El sonido que salía de su interior era indescriptible.
En el año 1985, el cuerpo de una mujer joven apareció en un contenedor de basura en algún lugar cerca de Pensilvania. La mujer que encontró el cuerpo comenzó a gritar. Un hombre de un restaurante cercano salió corriendo y comenzó a gritar también, aunque en este caso para que todos se mantuvieran alejados mientras una pequeña multitud se reunía alrededor del contenedor bajo la lluvia. Al cabo de un rato se filtró la noticia: la niña muerta era una autoestopista adolescente.
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Unos meses después, una adolescente, también autoestopista, y conocedora de la historia de la chica del contenedor (y del rumor de un asesino en serie suelto), comienza a darse cuenta del peligro que corría. Vanessa Veselka se había escapado de su casa en Nueva York con su novio de 21 años. Sin embargo, unos días después se separaron, y la joven se quedó sola con prácticamente nada de dinero.n una parada de camiones hacia el sur por la I-95 a través de las Carolinas, la joven fue recogida por un camionero, un tipo alto y delgado que no usaba vaqueros como el resto de los camioneros con los que había estado.
Tampoco llevaba camiseta. Aquel hombre llevaba una camisa de algodón con las mangas enrolladas perfectamente para que fueran visibles sus bíceps. El tipo tenía la cabina más limpia que la mujer había visto, y aquello ya era muy raro. Una vez en el interior y ya en marcha, el hombre cambió su amabilidad. Dejó de responder a las preguntas de la joven. Su actitud dio un vuelco, se hizo más alto en su asiento, y los músculos de su rostro se tensaron con una pose arrogante.
Cuando llevaban un buen rato en silencio, el tipo comenzó a hablar sobre la niña muerta en el contenedor de basura. Unos minutos más tarde, colocó la camioneta en el arcén de la carretera junto a un bosque, sacó un cuchillo de caza y le dijo a la joven que se metiera en la parte trasera del vehículo. La chica empezó a hablar de forma nerviosa, diciendo las mismas cosas una y otra vez, cualquier cosa, lo que sea menos estar callada.
Luego, cuando se dio cuenta de la situación, le dijo al camionero que sabía que él no quería hacerlo, y que todavía tenía una elección. Sollozando, la mujer se derrumbó mientras el rostro impasible de aquel hombre la miraba fijamente sin decir una sola palabra. La chica le juró que no iría a la policía si no le ocurría nada. El hombre la miró a los ojos y la mujer se quedó petrificada.
Finalmente, el tipo dijo un sola palabra: “corre”. Sin mirar atrás, la mujer corrió al bosque que tenía delante y se escondió durante horas hasta que vio como el camión volvía a encender las luces y salía a la carretera. Todavía en estado de shock, tardó un par de horas en volver al camino. La mujer nunca fue a la policía ni se lo contó a nadie durante años, hasta que un amigo le envió la noticia de una detención y le preguntó, “¿es este tu hombre?”.
Entonces, Veselka pudo reconocer la misma cara que la dejó petrificada aquella noche.
Al parecer, el 1 de abril de 1990, un policía se detuvo para investigar un camión que estaba estacionado cerca de la ciudad de Casa Grande, Arizona. Cuando se acercó comenzó a escuchar unos ruidos humanos. En el interior de la cabina del camión había una mujer, encadenada a la pared y gritando, con tan solo un par de zapatillas en los pies.El oficial vio que el conductor del camión, Robert Ben Rhoades, de 44 años, también estaba en el vehículo, así que rápidamente esposó al hombre de mediana edad. La mujer de 27 años había sido inmovilizada tanto por las manos como por los tobillos. Ya en la comisaría, le contó a los oficiales la terrible historia de cómo había terminado encadenada dentro del camión.
La chica había conocido a una pareja de mediana edad en una parada de camiones. El hombre había accedido a llevarla a su destino, ella no notó nada raro y aceptó. Sin embargo, se durmió poco después de subirse al vehículo, y cuando despertó descubrió que Rhoades había colocado una especie de esposas alrededor de sus muñecas y tobillos.
No sólo eso, había convertido la parte trasera de su camión en una cámara de tortura móvil, equipada con cadenas, grilletes y esposas para ayudarlo a contener a sus víctimas. Incluso tenía una brida de caballo que había colocado alrededor del cuello de la joven para inmovilizarla y controlarla. Rhoades la azotó repetidas veces, causándole heridas por todo el pecho y la espalda. La mujer recordaba que también tenía un maletín en su camioneta lleno de juguetes y herramientas que solía usar para torturar y abusar de ella.
Esa misma noche en la comisaría, la policía supo que Rhoades era natural de Texas y que se hacía llamar entre sus víctimas Whips and Chains. La investigación avanzó muy rápido. En la camioneta recuperaron el maletín lleno de juguetes sexuales y dispositivos de tortura. Dentro del mismo, los oficiales encontraron consoladores, pinzas de cocodrilo, esposas, correas y látigos, así como una especie de alfileres que había usado para perforar los pezones y genitales de las víctimas.
Entonces el FBI se hizo cargo del caso. Los federales contaron a los medios que el maletín era uno de los kits más “refinados” que habían visto en su vida, lo que los llevó a una conclusión terrorífica: Rhoades había estado torturando y abusando de muchas víctimas durante largo tiempo.
Unos días después se supo que los funcionarios registraron el apartamento del camionero. Allí descubrieron maquillaje, ropa de mujer, una toalla cubierta de sangre, revistas de esclavitud, látigos, esposas y pruebas que hicieron que los oficiales creyeran que Rhoades era incluso más peligroso de lo que habían supuesto. Unas días después, el FBI llevó a cabo una declaración oficial: Robert Ben Rhoades era un asesino en serie, además de ser un sádico sexual que disfrutaba torturando a mujeres y niñas.
Sus primeras víctimas de asesinato conocidas fueron Douglas Zyskowski, de 28 años, y su esposa, Patricia Walsh, de 24 años, una pareja que había recogido como autoestopista a finales de 1989 cerca de El Paso, Texas. Walsh y Zyskowski se habían casado hacía muy poco tiempo y habían decidido viajar desde su ciudad natal de Seattle, Washington, a Georgia.
La pareja era profundamente religiosa y tenían la intención de predicar cuando llegaron a la costa este. Sin embargo, poco después de que aceptaran viajar con Rhoades, el camionero disparó a Zyskowski y arrojó el cadáver del joven cerca de una carretera de Texas. A Walsh la mantuvo cautiva durante aproximadamente una semana, torturando y maltratándola en numerosas ocasiones antes de matarla y deshacerse de su cadáver en Utah. A la policía le tomó años identificar sus cadáveres.
Aproximadamente un mes después de matar a Patricia Walsh, el asesino recogió a Ricky Lee Jones, de 18 años, y su novia de 14 años, Regina Kay Walters. Lo hizo no muy lejos de su ciudad natal de Pasadena, Texas. Según los agentes, casi inmediatamente después de recogerlos mató a Jones y arrojó su cadáver al Mississippi.
Al igual que con Patricia Walsh, el camionero no mató a Walters de inmediato. De hecho, los federales sospecharon que la mantuvo cautiva durante al menos dos semanas, sometiéndola a todo tipo de actos de tortura y violación, antes de estrangularla con un garrote y tirar su cadáver en un granero abandonado en Illinois.
Con una diferencia respecto a Walsh. Antes de matar a la joven de 14 años, Rhoades tomó varias imágenes inquietantes de Walters que las autoridades recuperaron en su casa. Cuando registraron su apartamento una vez detenido encontraron varias fotografías, incluyendo fotos de Walters que parecían haber sido tomadas en el granero abandonado de Illinois poco antes de que fuera asesinada.
En algunas de las imágenes, la joven de 14 años estaba desnuda y se apreciaba como Rhoades le había afeitado el vello púbico. En otras, la joven estaba vestida, vistiendo de negro con tacones altos. La adolescente aparecía extremadamente asustada.
Después de torturar a Walters durante al menos dos semanas, Rhoades decidió atormentar a la familia llamando a su padre, tanto a su casa como al trabajo, para burlarse de su hija desaparecida. Aproximadamente un mes después de la desaparición de la chica, su padre recibió llamadas telefónicas anónimas que fueron rastreadas en ciudades de Texas y Oklahoma, donde los federales determinaron posteriormente que Rhoades estaba trabajando en el momento en que se hicieron.
La historia era cada vez más tremenda conforme fue avanzando la investigación. Las autoridades también hablaron con una mujer de Texas de 18 años que describió haber sido secuestrada, violada y torturada por el mismo hombre en el transcurso de dos semanas, lo que indicaba que al camionero le gustaba abusar de sus víctimas durante largos períodos de tiempo. Sin embargo, al igual que con Veselka, no tuvo la oportunidad de asesinarla porque la mujer escapó.